lunes, 22 de abril de 2013

Perdemos la inocencia con la conciencia.

Quiero volver a ese lugar, donde los castillos eran tan grandes como el mundo libre de culpa; inmaculado. Donde conocí amigos libres de afán y anhelo, coexistiendo sin velar sus esencias. Plano de almas despejado. Todos gritabamos hasta explotar nuestros pulmones vehementes cuando se nos daba la gana porque eramos capaces de sentir y disiparnos en caos. Eramos capaces de sentir, disiparnos en el caos y retomar nuestro lugar en la cordura.   El miedo era secundario. La ambición impía y la infamia en el mundo nos eran desconocidas. Privación de sentimientos inexistente. Sentimientos, pasión, libertad. Sacra pasión. Respirabamos sin percatarnos de la podredumbre progresiva que la humanidad desarrolla a medida que crece longeva e impura. Nuestros pensamientos no impedían unidad, no teníamos tiempo para pensar. Fuimos uno y todo: realidades experimentadas como días. La inocencia que se nos fue implantada al momento de nacer estaba aún lozana , purificaba la atmósfera. Simple y genuina felicidad. Éramos niños que eventualmente maduraron imitados y desquiciados. 

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